Muchas personas me llaman ‘Su Excelencia’. Algunos lo hacen con nerviosismo, claramente incómodos mientras me dan la mano, inseguros de como deben saludarme. En una ocasión, un invitado a una recepción, quizá confundido por mi porte, ¡incluso me hizo una reverencia! Todo eso viene asociado con el puesto. Y llamar a un Embajador ‘Su Excelencia’ está enraizado en la historia desde el tiempo en el que los embajadores solían mezclarse en las recepciones con Reyes y Reinas, cuando nadie usaba sus nombres de pila y todos se dirigían a los demás formalmente, haciendo reverencias hasta que sus cuellos y rodillas estuvieran tiesos.
Pero los embajadores no son realmente particularmente excelentes. Quizá algunos días sí pero la mayoría de las veces probablemente no somos mejores sino más o menos. Y somos todos personas muy normales. Quizá hayan conocido a algunos diplomáticos melindrosos en su tiempo – yo sí los he conocido- pero la mayoría son amistosos, con los pies en la tierra y divertidos. Una encuesta rápida a los diplomáticos que trabajan en la Embajada Británica aquí en la Habana es reveladora; ninguno habla Latin, 80% preferiría escuchar a Jessie J que a Tchaikovsky y solo uno dijo que podía diferenciar un vino francés de uno australiano en una degustación a ciegas (no, no le creo tampoco). Al igual que ustedes, se preocupan por pagar las cuentas, como llegar a fin de mes, como les va a los hijos en la escuela. Son personas honestas y muy trabajadoras.
Pero nuestro arte – la diplomacia – es bastante cargada. Envuelta en capas de protocolo implica rituales extraños y depende de la sutilidad del lenguaje, con frecuencia el de otra persona. Nos comunicamos por medio de una ‘Nota Verbal’ – una misiva oficial en la que la Embajada expresa su estima por el gobierno anfitrión antes de informarle de la próxima visita de un dignatario o de una queja por el mal estado del pavimento en las inmediaciones de la sede. Las reglas que determinan como los diplomáticos operan cambian de país a país; algunos gobiernos les imponen múltiples capas burocráticas, dificultan sus encuentros con decisores o complican sus visitas a localidades fuera de la capital.
En su excelente blog ‘Diplomático al desnudo’, mi colega en el Líbano, Tom Fletcher, desglosa todos estos aspectos y aboga por una diplomacia más racionalizada, moderna, en la que las capas protocolares desaparezcan y la comunicación sea más directa y más personal. Diplomacia para el siglo XXI. Diplomacia para la era digital. Comparto las ideas de Tom y quisiera verlas aplicadas en Cuba. Aquí, la diplomacia es un ritual, la comunicación es muy formal y la burocracia campea por su respeto. De hecho voy a comenzar a aplicar estas ideas yo mismo. No más notas verbales por favor; en lugar de ellos envíenmelo todo por e-mail. O envíenme un texto. DM en Twitter. O llámenme. Y cuando lo hagan por favor díganme Tim. O, si olvidan mi nombre, ‘Su Masomenidad’ será suficiente.