A comienzos de este mes, la Liga Parlamentaria de Amistad Perú-Argentina organizó una reunión en el Congreso bajo el título “El Perú y las Islas Malvinas: historia de una causa latinoamericana”. No fui invitado a asistir pero he leído con interés un informe sobre el evento.
Los tópicos de las Islas Falkland, de la invasión de las islas ordenada en 1982 por el dictador militar argentino Leopoldo Galtieri en clara violación del derecho internacional, y de la decisión del Presidente del Perú Fernando Belaúnde de brindar apoyo a las fuerzas armadas argentinas, han salido en muchas ocasiones a relucir en las conversaciones durante mis casi cuatro años en Lima. Con frecuencia me he preguntado por qué el Presidente Belaúnde optó por proveer armas en apoyo de una aventura militar ilegal encabezada por una dictadura militar ya entonces bien conocida por sus abusos a gran escala contra los derechos humanos, tanto más si se considera que el Perú había tan recientemente salido de su propia amarga experiencia de doce años de dictadura militar. ¿Estuvo acaso el ex presidente peruano, hombre decente, motivado por el deseo de ser el líder que solucionaría el problema? ¿Creyó –equivocadamente– que estaba ayudando a un pueblo que le estaría agradecido por liberarle de un yugo colonial que rechazaban?
Si se le pregunta cuáles son los cimientos de una “causa latinoamericana”, la mayoría de la gente, creo, destacaría una serie similar de principios. Muchos de nosotros mencionaríamos la libertad y la democracia. También los derechos humanos. No necesito decir que estos están entre los principios consagrados en las cartas de UNASUR, CELAC y MERCOSUR. Es obvio en una cantidad de países de la región que, desgraciadamente, los compromisos con los principios no siempre son tan firmes como deberían –tomemos como ejemplo los ataques a la libertad de prensa que vemos con demasiada frecuencia– pero los principios están allí y con buena razón. Y son principios que el Perú mantiene muy altos y de los cuales está, con todo derecho, orgulloso.
En el Reino Unido la solidaridad regional es un principio que apoyamos. Sin ninguna duda la Unión Europea representa hoy el modelo más avanzado y sofisticado de coordinación regional entre naciones soberanas en cualquier parte del mundo. Aquí en América Latina, la Alianza del Pacífico está emergiendo como un proyecto político y económico realmente interesante –mi país está encantado de formar parte de ella como observador. Pero pienso que tienen que existir límites a lo que se considera el adecuado significado de la solidaridad regional, y hasta dónde la obligación se extiende en lo que se refiere a las agendas de los demás.
Las Islas Falkland han sido británicas desde 1765. En marzo del año pasado la gente de las Islas, muchas de cuyas familias han vivido en ellas durante siete u ocho generaciones, pero que también incluyen una cantidad de colonos recientes provenientes de América Latina, votaron masivamente a favor de seguir siendo un Territorio de Ultramar del Reino Unido. La votación fue libre y justa, y contó con observadores de países latinoamericanos y de otras partes del mundo. Los isleños tienen su propia asamblea legislativa; dictan sus propias leyes y deciden cómo gastar sus ingresos; ellos valoran su identidad característica y su autonomía. Ellos han dejado muy, muy claro que no desean que sus islas se conviertan en parte de Argentina.
Los países de la región que valoran los principios de la democracia deberían apoyarlos en esto. Los problemas en casa no son una buena excusa para hacerles la vida difícil a unos vecinos bien intencionados –eso es tan cierto hoy como lo era en tiempos de Galtieri y de su gobierno en 1982. Aún si las islas estuvieran muy cerca a Argentina (están a casi 500 kms de la costa argentina más cercana), la proximidad geográfica no haría justificable el tratar de arrebatar un territorio ajeno.
Quizás ahora, más de treinta años después de la invasión argentina a las Islas Falkland, haya llegado el momento en que los miembros de la Liga Parlamentaria de Amistad Peru-Argentina hagan una honesta re-evaluación sobre si su continuado apoyo al reclamo argentino de soberanía de las islas y actitud hostil hacia los isleños realmente tiene un lugar en la “historia de una causa latinoamericana”. La causa por la que lucharon San Martín y Bolívar fue la de la libertad de los pueblos de escoger cómo son gobernados, la de la libertad de ser libres. La agresiva ambición de la Presidenta Fernández de hacerles la vida difícil a los habitantes de las islas no merece un lugar en esta historia. Más bien, los habitantes de las Islas Falkland merecen el apoyo de toda América Latina a su deseo de ser ellos mismos.
Nota: Este artículo ha sido publicado en el No. 198 de “Hildebrandt en sus Trece” el 18.04.14