Algunos caricaturizan la diplomacia como una actividad turbia, en la que se esquivan los mensajes contundentes, en la que hay que conseguir un acuerdo cueste lo que cueste. O peor aún, algunos ven a los diplomáticos como seres evasivos, escurridizos, pusilánimes, maestros de la ambigüedad. Según mi experiencia, justo lo contrario es cierto.
Los mejores diplomáticos tienen muy claro lo que quieren conseguir, pero también comprenden los objetivos de los demás. Aunque con frecuencia empleen métodos sutiles, son, sobre todo, honestos, abiertos e incluso osados.
La clave del éxito en la diplomacia es la autenticidad.
Así como también lo es en la forma de trabajar dentro de nuestra organización, sobre todo, en lo que se refiere a cómo nos lideramos y dirigimos unos a otros. Los mejores líderes y directores de mi organización, el Foreign and Commonwealth Office (FCO – Ministerio de Exteriores del Reino Unido), son auténticos. En efecto, hacen lo que pregonan que han de hacer los demás. Sirven de modelo de comportamiento y lideran con su ejemplo. Son honestos sobre sus objetivos y no se amedrentan a la hora de dar mensajes claros. Se exponen.
Esto no es siempre plato de buen gusto. Pero de lo que trata el liderazgo, en concreto, es de ir más allá de la zona de confort. Las organizaciones que se han acomodado, que tienen culturas en las que se encuentran a gusto, tienden a estancarse.
Hace no mucho, tras haber sufrido dos convulsiones tónicoclónicas en Bangkok cuando ya estaba cerca de terminar mi mandato en la Embajada Británica, me diagnosticaron epilepsia. Además del desafío de encontrar en la práctica un tratamiento para la enfermedad, descubrí que necesitaba (y que sigo necesitando) tiempo para averiguar cómo me afecta esto como persona, y cómo afecta a mi trabajo. Esto me llevó frente a frente con la cuestión de la autenticidad de una manera que no me esperaba.
Cualquier cosa relacionada con la salud es un asunto personal. Pero cuando te afecta en el trabajo (las horas que trabajas, la mesa que necesitas, tu estado de ánimo), te encuentras ante la perspectiva de tener que ceder algo de tu privacidad para ser justo con tus colegas y ser honesto contigo mismo.
Esto ha sido para mí un desafío. Al final, llegué a la conclusión de que no podía desempeñar bien mi trabajo si no era franco respecto a mis circunstancias. ¿Cómo podía ser auténtico, si no les contaba a las personas con las que trabajaba algo que forma parte de mí, y que no puedo dejar en casa cada mañana?
No fue fácil, y decidí hacerlo por etapas, contando cada vez un poquito más; cada etapa más ambiciosa, y un poco más angustiosa. Pero cada etapa, una vez superada, me daba más fuerza.
Además de obligarme a enfrentarme a la importancia de la autenticidad, esta experiencia reciente debería ayudarme de muchas otras formas de cara a hacer mi trabajo. La necesidad de gestionar mi enfermedad ha hecho que sea mucho más consciente de mi propio comportamiento (y el impacto que tiene sobre los demás). La importancia de planificar debidamente mi propio ritmo de trabajo creo que me ha hecho más receptivo a las señales de estrés y sobrecarga en los demás. Creo que también entiendo mejor mi propia parcialidad subconsciente y la detecto con más facilidad en los que me rodean.
La epilepsia me ha dado pie a que reconsidere algunas de mis actitudes ante la diversidad en general, y la minusvalía en concreto. Me he visto a mí mismo enfrentándome, y cambiando, algunas de mis propias suposiciones sobre las perspectivas de los demás. Estoy convencido de que, gracias a ello, he evolucionado de manera personal y profesional.
El que consiga o no aplicar todo lo aprendido para convertirme en un mejor jefe y líder, depende de mí y de mi proceder. El tener epilepsia no me ha convertido automáticamente en mejor persona. Pero sí que me ha permitido entenderme mejor a mí mismo, lo cual a su vez creo que me ayudará en el trabajo. Y he descubierto muchas cosas por el camino: el marco de la política corporativa, las responsabilidades del empleador y del empleado, la lógica de los Ajustes Razonables, la importancia de la Ley de Igualdad.
He tenido la suerte de trabajar en una organización que se toma sus responsabilidades sociales y de bienestar muy en serio. Me ha brindado un gran apoyo a medida que descubría mi diagnóstico y su tratamiento. Pero la ayuda que he recibido del FCO también tiene sentido para la mismo organización. Tal y como John Amaechi (el primer jugador de la NBA que se declaró abiertamente homosexual), le dijo a la BBC a principios de año, una organización que no intente crear un entorno inclusivo, en el que todos puedan prosperar, simplemente está dejando ver que no quiere tener a los mejores.
El FCO no es un empleador perfecto. Pero, en mi caso, he encontrado que los problemas que me han surgido se han debido más a la actitud de ciertas personas que a los sistemas de la organización. Cambiar nuestra cultura (tal y como estamos haciendo gradualmente, incluso a través de una asociación para personal minusválido, llamada “Enable”) debería contribuir a cambiar justamente aquellas opiniones que necesitan un cambio.
Durante mucho tiempo intenté “volver” a ser la persona que era antes del diagnóstico. Intentaba embalar mi epilepsia en una pequeña caja de madera y esconderla en un rincón, donde nadie la viera y donde yo pudiera olvidar que existía.
Cuando, de hecho, lo que necesitaba era avanzar tal y como soy ahora. Siempre he sido una persona que tenía una carrera y que resultó que también tenía epilepsia, solo que yo no lo sabía. Claramente, me va mejor sabiéndolo, y puedo vivir mi vida profesional y personal de acuerdo a eso, sacando lo mejor de los aspectos positivos a la vez que sobrellevo todo lo demás. Soy consciente de que he tenido suerte. La medicación me ha servido para no tener convulsiones durante ya dos años. Muchos de los 65 millones de personas que sufren la enfermedad no tienen tanta suerte.
La epilepsia no me define. Pero es una parte ineludible de mí. No puedo fingir, ni ante mí mismo ni ante los demás, que no está ahí. Por eso, estoy decidido a conseguir sacar todo lo bueno de esta situación. Y ya hay algo: he podido comprender mejor la importancia que tiene la autenticidad, ya sea en mi trabajo, en mi vida privada, en todo lo demás.
Compartir mi experiencia es parte del proceso de ser auténtico. Si leer este blog sirve para despertar el interés de alguien, o incluso para ayudarle, eso sería estupendo. Escribirlo, desde luego, me ha ayudado a mí.